En poco más de seis meses, desde que llegaron a Lisboa, en el verano del 2018, los patinetes eléctricos han cambiado por completo el paisaje urbano de la capital portuguesa. Cada vez son más populares, sobre todo entre los jóvenes y los numerosos turistas que visitan la ciudad, pero también han provocado la irritación entre los vecinos.
Conocidas en el país vecino como “trotinetas“, un total de 3.000 circulan diariamente por las calles de la ciudad del Tajo, y se prevé que el número crezca más durante las próximas semanas. Pertenecen a siete empresas, aunque hay otras más interesadas en comenzar a operar en la ciudad, y en otras urbes lusas, tras el bum que se está viviendo.
Pero su invasión no ha llegado exenta de polémica. Todos los usuarios de los patinetes eléctricos deberán cumplir unas normas, como no circular a más de 25 kilómetros hora; dejarlas estacionadas en lugares que no estorben al resto de los transeúntes; ir por los carriles bici, si los hubiera, sin estorbar a los caminantes y sin poner en peligro el tránsito del resto de los vehículos; llevar casco y tener al menos 18 años para utilizarlos. Son medidas parecidas a las que están adoptando distintos ayuntamientos en España.
La normativa municipal también establece que las empresas con licencia para operar con patinetes eléctricos deberán hacerlo con vehículos que no superen los 25 kilómetros hora, fiscalizar su estado y preocuparse de recogerlas y llevarlas a sus puntos de estacionamiento y reserva, situados en puntos estratégicos.
La polémica está servida con este particular medio de transporte que no deja a nadie indiferente y que se encuentra en cualquier lado y barrio de la ciudad, desde Alfama y Graça, hasta Belém y la Expo, pasando por las Avenidas Novas, Barrio Alto y Campo de Ourique.
Los turistas, que convirtieron a la capital portuguesa, en el mejor destino turístico del mundo en el 2018, están encantados con los patinetes y lo único que desean es que continúen operando en la ciudad.